poemas de amor

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Epílogo.

Clara también se fue del barrio, a vivir de nuevo con su madre. A menudo la recuerdo como la vi por última vez, alejándose bajo la tormenta, y pienso en sus palabras, vacías de rabia y de rencor. Pienso que ya ha pasado tiempo suficiente desde entonces. Ha tenido tiempo de pensar en lo que hice y darse cuenta de que tenía razón, y de que no podía actuar de otra manera. Lo sabe, claro que lo sabe. Ya lo sabía, incluso mientras me lo pedía...
Por tanto, la espero. La espero todas las tardes aquí, escuchando música y leyendo y releyendo el informe que hace siglos yo mismo hice sobre ella.
Y cada vez que se oyen pasos en el jardín, levanto la cabeza y miro con esperanza hacia la puerta. Porque sé que volverá, y que el rumor de sus pasos será el anuncio de su llegada.

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